Publicar indirectas

En las redes sociales, donde cada publicación es un grito de atención y cada “me gusta” un aplauso, hay una práctica que destaca por su misterio y, a menudo, su falta de eficacia: publicar indirectas. Es como lanzar una botella al mar con un mensaje críptico, esperando que solo la persona indicada la encuentre, la descifre y, de ser posible, se dé por aludida. Este peculiar arte de decir sin decir se ha vuelto un deporte olímpico para muchos, una forma de soltar el veneno o la frustración sin confrontar directamente, generando más intriga y chismorreo que soluciones reales.

La anatomía del indirectazo en redes

¿Quién no ha visto alguna vez ese post sospechoso? Una frase que parece inofensiva, una canción con una letra que cala hondo, o un meme que, para el ojo no entrenado, es solo un chiste más. Pero para el “experto” en publicar indirectas, cada elemento está cargado de intención. Es una forma de expresar descontento, celos, amor no correspondido o simplemente un “ya me harté” sin la necesidad de un pleito frontal. Se vuelve un juego de adivinanzas donde el protagonista, curiosamente, no quiere ser identificado, pero al mismo tiempo anhela que su “target” capte el mensaje.

Hay varios tipos de indirectas que vemos circular por nuestros feeds:

  • La indirecta filosófica: Una frase profunda, a veces robada de un libro o un gurú de autoayuda, que en el fondo esconde un “tú sabes por qué lo digo”.
  • La indirecta musical: Una canción que se publica con énfasis en alguna estrofa. No hay nada más mexicano que dedicar “Rata de dos patas” sin atreverse a etiquetar.
  • La indirecta del meme: Un humor gráfico que resume a la perfección el problema con otra persona, esperando que le caiga el veinte (y se ofenda un poquito).
  • La indirecta de la foto “casual”: Una imagen que, aparentemente inocente, lleva un pie de foto que solo el destinatario podrá interpretar como una crítica o un lamento.

La necesidad de publicar indirectas

Detrás de cada publicación de este tipo, a menudo hay una persona con una necesidad imperiosa de desahogarse, pero con un miedo aún mayor a la confrontación. Es una estrategia que raras veces funciona para resolver conflictos, pero es excelente para generar drama. La gente que se dedica a publicar indirectas suele argumentar que “así se darán cuenta”, “es para que le duela” o “es la única forma de que entienda”. Lo que consiguen, generalmente, es que el chismorreo vuele, que la gente se pregunte a quién va dirigida, y que el destinatario, si la capta, se enoje en silencio o decida ignorarla con maestría.

El drama se sirve frío: cuando las indirectas no funcionan

El problema con publicar indirectas es que, la mayoría de las veces, el mensaje se pierde en la traducción, o lo que es peor, aterriza en el campo equivocado. Al final, quien las lanza termina haciendo corajes adicionales por dos razones: la primera, porque el destinatario no se dio por aludido (o fingió no hacerlo), y la segunda, porque todo el mundo se enteró del drama menos el involucrado directo.

Este método de comunicación pasivo-agresivo es un callejón sin salida. Genera:

  • Confusión: Nadie sabe a ciencia cierta de qué o quién se habla.
  • Distorsión: El mensaje original puede ser malinterpretado por terceros.
  • Frustración: La persona que publica no obtiene la respuesta esperada.
  • Ridículo social: A la larga, quien vive de indirectas puede ser visto como alguien que evita la responsabilidad de hablar de frente.

Es cierto que, a veces, una buena indirecta tiene su chispa y puede ser graciosa, pero como estrategia de comunicación, suele ser tan efectiva como intentar atrapar agua con un colador. Al final, el arte de las redes sociales nos invita a ser más auténticos y, por qué no, más directos cuando de verdad importa algo. No hay indirecta que valga la pena cuando la honestidad puede evitar tanto enredo y tanto coraje innecesario.

Bloguera de hueso colorado desde el 2008. Porqué siempre hay algo que decir yes@elblogdeyes.com