Filosofando

No es el momento correcto

A veces hay que esperar para decir las cosas, y no se pueden decir antes, y tampoco después, supongo que esto va muy de la mano con el timing, el timing de las cosas, el timing de la vida, el timing de las relaciones y todo aquello que queremos decir, debemos encontrarle un justo momento para hacerlo, no antes, porque no tiene sentido y no después, porque ya no tiene caso, y las cosas deben decirse justo en el preciso momento, insisto, no antes, no después, y este principio aplica a todo en la vida.

Creo que yo explico muy bien las cosas, cuando uso anécdotas, sí, creo que la única forma en la que me puedo dar a entender en este mundo, es usando ejemplos y ridículas anécdotas que tienen un punto o una moraleja.

Porque estoy empezando a dudar de mí, nuevamente comienzo a dudar de mi capacidad para conectarme y comunicarme con el mundo, y comienzo a sospechar nuevamente que no puedo conectarme con nada, ni nadie en este mundo, supongo que no solo soy rara, también hablo un idioma de otro mundo, porque nunca nadie me entiende, nadie, a menos claro está, que use mis ridículas y tontas anécdotas y tengo una justo para que puedan comprender aquello de:

No es el momento correcto

Hace algunos años, ok, corrijo, hace muchos años, cuando estaba en la secundaria, yo era muy tímida, era una adolescente extremadamente introvertida, la razón era, que le temía enormemente al mundo, le temía, porque siempre me rechazo por ser diferente y cuando eso sucede pasan dos cosas, o haces lo que sea para ser aceptado, o te recluyes en tu mundo, pues bueno, yo opte por la segunda opción, me retraje y contraje, lo más que pude.

De hecho, desde pequeña para mí era un martirio y una tortura hablar con alguien, tanto era mi miedo, que tenía que contar siempre hasta 10 para animarme a hablarle, así eran mis días, así paso mi niñez y pase de tímida, a lo que le sigue y al mundo no parecía molestarle, y para mí era muy cómodo.

Pero esta no es una historia sobre ser tímido, oh no, es una historia sobre hacer o decir las cosas en el momento incorrecto.

Esto me regresa a la secundaria, una época tortuosa, en la que no podía hablar o relacionarme con los demás por miedo, ok, ahora, tampoco me relaciono con los demás, pero ya no es por miedo, pero esa es otra historia, total, estaba en la secundaria y el encargado del grupo, era el guapo maestro Aristóteles, quien, paradójicamente se encargaba de enseñar matemáticas y además de eso, era el asesor del grupo, el encargado de darle rumbo a ese montón de jóvenes que estaban buscando su camino en la vida, así que, parte de sus obligaciones, además de ser amigo y consejero, eran ponernos limites, reglas y orden y parte de ese orden, era literal, lo juro, ponerle márgenes rojos, por lo menos al cuaderno de matemáticas.

A mí la verdad, además de darme flojera, me pareció lo más estúpido del mundo, y lo sé, a pesar de mis problemas sociales, siempre he sido una fiel creyente de las reglas y suelo seguirlas, por más tontas que parezcan, pero eso de ponerle márgenes rojos al cuaderno y creo que también había que numerar las hojas, me pareció ridículo y después de 3 hojas, literal, 3 hojas con márgenes, tome la decisión ejecutiva de no hacerlo, y por más irrelevante que fuera mi vida de adolescente, prefería hacer otra cosa, literal, cualquiera, que estar como estúpida, poniendo márgenes rojos.

En serio, porque no enseñan cosas útiles en la vida, neta, ¿por qué?

Así que decidí no hacerlo, y debe ser, probablemente, una de las únicas tareas que no hice, porque incluso una ñoña, tiene límites.

Pues bueno, el día que Aristóteles iba a revisar los márgenes rojos, estaba yo, que tenía guardada una foto, que quería enseñarle a este maestro, uno al cual respetaba y tenía en alta estima.

Ahora, no te conté de la foto, ¿verdad?, esa foto, la había tomado justo en el curso anterior, cuando nos fuimos de viaje de fin de año a un balneario pedorro, y yo, con mis únicos dos amigos en la vida, habíamos pasado el mejor día de mi vida, el cual, irónicamente no recuerdo en lo absoluto; pero ese día tome una foto muy simpática de mi querido profesor Aristóteles junto con su novia, la maestra de geografía, se veían lindos, divertidos y muy felices.

De todo el rollo fotográfico que había tomado, a nadie le había enseñado mis fotos, creo que el mundo tenía cero interés en mí, EN VERDAD, cero y parecía que yo, usaba la capa de la invisibilidad todos los días.

Ese día, tendría una oportunidad para ser relevante, para enseñarle a ese maestro, esa foto, ese bello recuerdo y lo mejor, no tendría que contar hasta 10 para hablar con una persona, dos pájaros de un tiro.

Sin embargo, me salió el tiro por la culata, y cuando lleve mi cuaderno, sin márgenes, me regaño, y cuando le enseñe la foto, me dijo textual, lo recuerdo perfectamente “que, quieres que te aplauda”, cuando en mi mente, en mi mente todo sonaba mejor, y reiría con la foto, recordaría buenos momentos y tal vez, solo tal vez, me la pediría y esa foto, sería útil, tendría un sentido y aquello que hice en el pasado, habría tenido una conexión con el futuro, pero no fue así y me quede con una mala experiencia, que recuerdo de por vida.

Pero aprendí la moraleja, todo tiene un tiempo, un lugar, y no por aprovechar el viaje, matar dos pájaros de un tiro, debemos soltar las cosas.

Cada cosa que hacemos, tiene un proceso, cada conversación que sostenemos tiene una preparación y cada que queremos hacer o decir algo, debe tener un contexto, un momento ideal para hacerlo, sino, la gente termina diciéndote “que te aplaudo”, porque les vale y no les interesa.

Cuando no es el momento correcto, es mejor esperar.

Yes

Bloguera de hueso colorado desde el 2008. Porqué siempre hay algo que decir yes@elblogdeyes.com