Las promesas que hacemos en la vida
Cómo que nos gusta prometer, a todos, no lo niegues, no solo soy yo prometiéndole a mi mamá que lavare los trastes, todos hacemos muchas promesas al día, que no pensamos cumplir, y lo peor, esto de prometer es ya un acto tan mecánico, que ya ni siquiera ponemos atención en el acto de prometer, y decimos, sí, sí, venga, yo lo hago, yo prometo.
Supongo que esto de prometer en la actualidad, es como los contratos que firmamos en internet, esos temidos contratos de uso y confidencialidad, que ni siquiera leemos, no hacemos el menor esfuerzo, ni la menor intención por leer, solo escroleamos y decimos, sí, sí, venga, yo lo hago, yo prometo, yo me comprometo.
Lo malo, es que, cuando prometemos, y firmamos esos acuerdos o contratos, por más que sea solo seleccionar un “check box” tienen validez, obvio, los contratos son tecnicismos legales, y nuestra promesa, tiene el valor de nuestra palabra.
Sin embargo, hoy en día, todos prometemos, a veces son promesas locas e idealistas como bajar el cielo y las estrellas o vivir eternamente enamorados, pero también hacemos promesas más realistas, como sacar la basura, revisar las cosas, hacer un pago, en fin, nos la pasamos prometiendo todo, vivimos haciendo promesas y supongo que mucha de la culpa de las promesas, no es de quien las hace, sino de la otra persona que no confía y a consecuencia quiere un compromiso, un contrato verbal en forma de promesa.
Eso es muy interesante y nos lleva al viejo dilema:
¿Quién es más culpable el que mata la vaca como el que le agarra la pata?
Ok, ya sé, me dirán que no hay comparación, y que las promesas existen por algo, y eso es, en el mundo teórico, en dónde en teoría, la palabra de una persona tiene valor, y no se necesita una promesa, porque la palabra de esa persona, si se compromete a hacer algo, sin necesidad de prometerlo, es algo que se cumplirá.
Pero como ya nadie cree en palabras, ya todos estamos curados de espanto, ya no somos nada crédulos, queremos algo, queremos más que un compromiso, queremos una “prenda” de que esa persona cumplirá, de ahí que necesitamos una promesa.
Aunque finalmente también es una palabra, pero extrañamente ahora da confort escuchar “te lo prometo”, lo irónico de este mundo, es que las promesas, se rompen incluso antes de hacerse.
Y en esta vida prometemos de todo, a la vida, al cielo, a lo divino, a las personas, a nuestros cariños y afectos, solemos pasarnos la vida prometiendo cosas que no son cumplibles, pero lo peor, es que ni siquiera hacemos el esfuerzo por intentarlo, igualito que cuando le decimos a Google acepto los términos y las condiciones.
O sea, si aceptamos, pero solo porque no sabemos que estamos aceptando, así me pasa cuando estoy trabajando y mi mamá se acerca a pedirme algo, pero como siempre tengo el cerebro desconectado del mundo, mi piloto automático accede a hacerlo y promete cosas, que no tengo la menor idea debía cumplir.
Así que prometemos cosas que sabemos no haremos y prometemos cosas, sin saber que lo estamos haciendo.
Y me puse a pensar en esto de las promesas que hacemos en la vida, porque escuché a dos enamorados, hacerse las promesas más locas del planeta:
- Prométeme que no me vas a aburrir
- Prométeme que no me vas a lastimar
Puf, me cague de la risa, en primera porque nunca cumplimos nuestras promesas, y lo segundo, prometer no aburrir a alguien, o prometer que no lo lastimarás, es como prometer que no respirarás, no sé puede, estas dos condiciones, aburrirse y sentirse lastimado son de las pocas constantes en esta vida.
La moraleja es, mejor deja de prometer.