La vez que casi me da un infarto por meter comida al cine
Recuerdo la primera vez que decidí meter comida al cine. Era un estreno muy esperado, la sala estaba llena de gente ansiosa por ver la película, y yo, por supuesto, también tenía mis emociones al 100. Pero lo que más me intrigaba era la idea de disfrutar de mi tentempié favorito en este ambiente. Sin embargo, el hecho de que había personas vigilando me llenaba de nervios.
Desde que me compré unos cacahuates y una bolsa de chicles, mi mente empezó a divagar. ¡La tentación era grande! Mientras me acomodaba en mi asiento, veía a un par de personas en uniforme merodear por el pasillo, y cada vez que giraban la cabeza hacia mi dirección, mi corazón se aceleraba. Sentía que la adrenalina corría por mis venas, como si en lugar de un simple cine, estuviera tratando de ingresar a un banco con una bolsa de dinero.
Todo comenzó bien. Abrí la bolsita de cacahuates con sigilo, tratando de no hacer ruido mientras la multitud se sumía en la emoción de los trailers. Pero, al dar el primer bocado, noté que uno de los vigilantes se acercaba peligrosamente. En ese momento, me dio un escalofrío, como si hubiera una sirena de alarma sonando dentro de mí. “¿Qué pasa si me atrapan?”, pensé, y por un segundo, imaginé que tendría que explicar por qué estaba contrabandeando cacahuates en un cine.
A medida que la película comenzaba, y todos se sumían en la trama, yo no podía concentrarme. Cada vez que me metía un cacahuate a la boca, sentía que todos los ojos del cine estaban fijos en mí, como si tuviera un letrero luminoso que decía “delincuente”. La risa y los gritos de emoción de los otros espectadores sonaban como ecos lejanos mientras yo luchaba contra la culpa y el miedo. Para empeorar la situación, cada vez que un vigilante pasaba, me parecía como si él tuviera una mira telescópica apuntando hacia mí.
Intenté disfrutar de la película, pero por momentos, me distraje pensando en escapar al baño para deshacerme de los evidentes contrabandos. Recorrí la sala con la mirada, buscando posibles rutas de escape, como un criminal en busca de refugio. La ansiedad me abrumaba, pero la idea de recibir mi dosis de cacahuates era más fuerte que mi miedo. Al final, logré terminar la bolsa, pero no sin experimentar cada bocado como una victoria y un posible arresto a la vez.
Al salir del cine, con el corazón en la mano, me sentí como si hubiera escapado de una intensa misión de espionaje. Ya en el exterior, no podía dejar de reírme de la experiencia. Había cruzado una línea delgada entre el placer y el pánico, y aunque sabía que no era un verdadero crimen, la adrenalina de “meter comida al cine” me había hecho sentir como un fugitivo. Definitivamente, la próxima vez que quisiera disfrutar de una botana en el cine, lo haría de una manera más discreta, o tal vez, solo aceptaría comprar algo en la dulcería del lugar.
Después de todo, lo que se vive en el cine, se queda en el cine… ¡a menos que te atrapen!
Lo cierto es que: Sí tomáramos ese tipo de cosas de una forma, digamos “normal”, la mente no jugaría sucio con nosotros. Y disfrutaríamos sin remordimiento nuestra/s golosina/s de contrabando. Saludos Yes.
Seguro que si