El oso del Sr. Burns
El oso del Sr. Burns o mejor dicho el Señor Bobo; una reliquia, objeto o recuerdo del pasado que inició una búsqueda que recorría todo el planeta, una búsqueda que ni todo el dinero del mundo, o la fortuna de este magnate amarillo podía comprar. A veces un objeto es mucho más que eso y por ellos o lo que significan para nosotros, podríamos recorrer el mundo entero.
Y seguro sí se acuerdan de esa historia, un capitulo en el que esta búsqueda implacable que repetía como slogan de campaña “Quiero mi oso Bobo”, no paró hasta que culmino en la obtención de este santo grial, que para todos era un pinche y mugriento pedazo de tela que muy probablemente era un foco de infección, pero para dos personas en este mundo, ese oso valía más que el dinero y nada podía pagarlo.
Curioso pero a veces hay cosas que simplemente no tienen precio, si bien para muchos tocar ese oso sería como una sentencia de muerte o adquirir lepra, piojos o enfermedades cutáneas; el valor de las cosas no es en función de la apariencia, la procedencia o la limpieza, a veces la mente funciona de formas erráticas. Así me pasa con Pichi, mi peluche, el perro relleno de felpa que para mí es una reliquia de mi infancia, una reliquia por la cual pagaría mucho dinero; ese peluche para mí no tiene precio y sea insalubre, viejo, este mordido, empolvado, lleno de ácaros, no me importa, es mi PICHI y nunca, nunca, DE VERDAD nunca, voy a dejarlo. A diferencia del Sr. Burns yo no lo pierdo, pero obvio no es que tan poco me duerma abrazada a él, lo babee y siempre lo traiga conmigo, obvio, soy una adulto de 30 años y al igual que el Sr. Burns lo quiero en mi poder, porque es uno de mis mayores recuerdos de la infancia, el que me recuerda que era una criatura inocente, noble y libre de maldad.
Un peluche que tiene mucha historia, una que podría recitar de memoria; igual y estoy loca y para muchas personas los peluches de la infancia son basura que desecharon hace 10 años, pero en mi casa, el único recuerdo que tengo de cuando era niña, el recuerdo más bonito de mi infancia está conmigo, mi perro Pichi y cada que mis papás insisten en tirarlo a la basura, lavarlo o dárselo al perro para que juegue con él, en una enérgica protesta digo ES MI PICHI y nunca salgo de ese argumento tan pobre, es mi peluche, es mi infancia, son mis recuerdos. Aunque este mugriento y se vea igual que el oso Bobo, es mi peluche y no voy a renunciar nunca a él.
Pero la historia de Pichi es larga y me regresa a cuando tenía como 8 años, días bien lejanos en los que las carencias y una vida muy simple eran las cosas del día, mi infancia cuando fui pequeña fue precaria pero llena de amor y tengo que reconocer que mis padres lucharon mucho para darme a mí y mi hermano una mejor vida; pero cuando era pequeño juguetes y regalos caros no eran muy comunes y solo los esperábamos en navidad o mi cumpleaños.
Pichi me lo regalo mi tía, una de mis tías que en ese tiempo tenía muchos recursos, y me regalo ese peluche que trajo de Canada, un regalo de tierras exóticas; pero su intención no era darme el peluche, básicamente creo que se quería deshacer de mí y que la dejará hacer sus cosas y arreglarse para salir a la vida socialite. Se dio cuenta desde que entre y vi ese bonito peluche que me gustó mucho, supongo que se hartó de mí y termino dándome el mejor recuerdo de mi infancia. Tanto me gustaba que lo llevaba a todos lados, incluso cuando salía del trabajo muy tarde y nos llevaba a casa, fue en una de esas veces que se me calló en la calle mi perro Pichi y fue hasta que llegamos a mi casa que me di cuenta; perdida en un mar de lágrimas mi mamá se hartó de mí y fue a ver si lo encontraba, para mi buena suerte fue así y desde entonces ese peluche me ha acompañado y a pesar de que Muñeca y Mancha, mis perros bandoleros lo secuestraron una noche y le destruyeron su oreja, ahí seguía, después fue Nova que le quito la nariz y le siguió Chuleta destrozándole sus ojitos, pero sigue conmigo mi peluche.
Incluso una vez intenten plancharlo, una marca que le quedo en su torso y el acero de este objeto dejo impreso en su memoria que no se planchar.
Al igual que Bobo, mi Pichi podría contar muchas aventuras e historias de lo que ha vivido, ahora está pendiente llevarlo a un hospital de muñecas para que le cambien sus ojitos y le pongan una nariz nueva.